Histoires de sexe Histoires de sexe en français Histoires de sexe gratuites

Doña Rocío, la sirvienta. Quinta parte

Doña Rocío, la sirvienta. Quinta parte



A la mañana siguiente tenía que ir a ver al médico pronto, antes de que empezara su revisión a los ingresados y su consulta en el hospital. Era amigo de mi padre, y le hizo el favor de darme un hueco a primera hora, y así él no tenía que ausentarse del trabajo mucho tiempo. Para mí todo un fastidio, ya que me perdía la sesión de aseo personal con la señora Rocío.

Ese día me ayudó mi padre a vestirme y bajar a la planta de abajo, y nos fuimos antes de que llegara la señora Rocío.

Llegamos poco después de las ocho y media de la mañana al hospital, y al poco tiempo apareció el doctor para verme. Me dijo que la rodilla volvía por el buen camino, pudiendo volver con las muletas apoyando sin sobrecargarla, y me envió de nuevo al centro privado de rehabilitación. Así que volvía a la rutina de que me llevaran mis padres a primera hora de la tarde a los fisiote****utas, y luego me dejaran en la Universidad.

Regresamos a casa, mi padre paró el coche frente a la puerta de la casa, me dio las muletas, abrió la verja, y se fue al trabajo volando al ver que la sirvienta salía a ayudar. Estaba algo contrariado, ya que me quedaba sin las ayudas y abrazos de doña Rocío para levantarme o sentarme en la silla de ruedas.

– ¡Qué alegría, Javier! Ya veo que vuelves a andar con muletas.

– Sí, me ha dicho que vuelvo a estar en el buen camino y la inflamación desapareció, pero que tenga cuidado en sobrecargar la rodilla, que está muy débil, y la cirugía está muy tierna.

– Pues ya sabes, no te hagas el valiente, y ya me encargo de ayudarte a subir.

Aprovechando que estaba en la planta baja, me quedé comiendo un poco de fruta, antes de subir a la plata de arriba para estudiar. Ya tenía mucha soltura a una pierna, y sin ayuda de Rocío, conseguí subir a la planta de arriba.

– ¡Pero, muchacho, cómo no me has avisado!

– No te preocupes, para subir y bajar me apaño bien yo solo. Más problemas tengo para entrar y salir de la ducha. Si no le importa ayudarme a entrar y salir.- No podía seguir desaprovechando su ayuda, y estar desnudo frente a ella.

– Estate tranquilo, que ya te ayudo, y te sujeto para que no resbales.

Mientras ella iba a mi cuarto, yo me senté en el baño para desvestirme. Cuando apareció con la ropa de estar en casa, yo ya me había desnudado del todo. Me puse de frente a la bañera, apoyado sobre mis muletas, y doña Rocío sujetó mi cuerpo por detrás, mientras mis brazos soportaban la mayor parte de mi peso, y en un rápido movimiento de la pierna buena, la metí dentro de la bañera. Una vez dentro, estando a la pata coja, apoyé un brazo en su hombro para mantener el equilibrio, y ella apoyó las muletas cerca. Estaba siendo más difícil de lo que pensaba. Con mis padres me sentaban en el fondo de la bañera, y allí me apañaba yo, pero con una sola persona, no me atreví.

– Pues sí que me siento torpe así de pie.

– ¿Y cómo te ayudaban tus padres?

– Bueno, es que al ser dos, la cosa era más fácil, y me sentaba. Pero me da miedo que al sentarme y levantarme uno de los dos nos hagamos daño

– No te preocupes, Javier. Vamos con cuidado, que no quiero que te caigas. Lo mejor será que te duches de pie. Tu te quedas quieto agarrado a mí, y ya te ducho y enjabono yo.

– Pero te vas a mojar.

– No te preocupes, tendré cuidado.

– Bueno, eso tiene fácil solución. Si te quitas la ropa, no te la mojarás.- Le dije con un poco de picardía.

– ¡Pero Javier!

– Perdón, solo lo decía para que no te mojases la ropa.

– Ya, y luego mira lo que pasó ayer.

– Lo siento, pensé que fue bonito.

– Claro que fue bonito, pero no está bien, y menos que yo me desnude delante de ti.

– Por qué no está bien, si lo haces para ayudarme a duchar, y ya te he visto.

– De verdad, Javier, entiende que hay cosas que me dan apuro.

– Perdón, no quería m*****ar. Ya intento ducharme yo con cuidado.

– Pero estás tonto, si apenas mantienes el equilibrio a una pierna. Anda, y deja que ya te ayudo.

Me comenzó a echar agua por el cuerpo con cuidado de no salpicar mucho, pero era inevitable que alguna gota saltara hacia el suelo y hacia ella. Hizo que me agachara para lavarme el pelo, y mis ojos miraban su falda e imaginaban esas maravillosas curvas bajo su tela.

Luego tomó el jabón. La esponja recorría mi espalda, bajó por mis nalgas, frotándome la rajita, y luego las piernas. Acto seguido me frotó las axilas, el cuerpo por delante, y, al llegar a mis partes, empezó mi pene a enderezarse al roce de su mano. Ella hizo caso omiso y continuó lavando mis piernas. Su cara estaba a escasos centímetros de mi polla dura que miraba al techo. La miró al levantar la vista, sonrió, pero no dijo ni hizo nada.

Poco a poco me fue aclarando el cuerpo, pero al estar agarrado a ella, el agua escurría por mi brazo hacia su espalda y comenzó a mojarle la blusa.

– Perdón, Rocío, pero te estoy mojando la blusa. Ya te dije que era difícil no mojarte.

La verdad es que sí que había escurrido por mi brazo bastante agua al ser bastante más alto que ella. Paró de aclararme, y había cañido más de lo que pensaba. Tenía bastantes salpicaduras de agua su ropa, pero por la espalda y los hombros le había llegado incluso a su falda incluso.

– Pues sí que me he mojado más de lo que pensaba. Hay que ver cómo me he corre por la espalda.

– Ahora lo digo en serio, quítese la ropa y póngase aunque sea mi albornoz, si no va a acabar chorreando por todos los lados.

– Apóyate en la bañera un segundo, que me quito esto y lo dejo en el radiador.

Se acercó al radiador del baño, y en un visto y no visto se quitó la blusa empapada. Su deliciosa y blanca espalda quedó a mi vista. Las tiras del sujetador se veían húmedas en su mayor parte. Colocó la blusa sobre el radiador. Luego se quitó la falda, mojada en su parte superior, y dejando sus enormes y voluptuosas caderas a la vista de mis ojos, y unas bragas blancas también mojadas por su parte alta un poco. No es que su ropa interior fuera sensual, pero sus curvas me tenían ensimismado y totalmente enamorado.

Se colocó mi albornoz de ducha, se lo remangó al quedarle grande, y volvió hacia mí mientras se ataba ligeramente el cinto de tela, privándome de su maravillosa visión en ropa interior.

Agarró la ducha y continuó aclarándome. Una vez terminó, cerró el grifo, y, agarrando la toalla, me la echó por detrás y me ayudó a secarme. Mi pene seguía duro como una piedra, totalmente excitado de ver tan bellas curvas en ropa interior unos minutos antes. Al llegar a la parte delantera, me secó el pecho, y bajó con total naturalidad, secando mis partes, y luego se agachó para secar mis piernas, volviendo a quedar su cara a escasos centímetros de mi polla tiesa. En esa postura, mi albornoz marcaba su cadera, y el cinturón las pronunciaba aún más. Al incorporarse, el albornoz se había abierto algo, y mostraba su maravilloso escote y gran parte de su sujetador.

Se incorporó, dejó la toalla sobre el banco, y se dispuso a ayudarme a salir. Era aún más complicado que entrar. Primero me agarró por la espalda, en la posición que entré, pero era imposible, así que opté por sentarme en el borde de la bañera. Pasé primero la pierna mala, y luego me agarré a Rocío para pasar la buena. Me agarré a su espalda para incorporarme a la pata coja. Al ponerme de pie, y agarrarme a ella, tiré, sin pretenderlo, del cinturón, soltándolo, y provocando que se abriera el albornoz. Ella no hizo amago de taparse ya que me tenía agarrado y yo me estaba incorporando. Al levantarme del todo mi miembro quedó pegado a su barriga, y mi polla estaba como una piedra al sentir esa carne calentita de su vientre. Rocío se puso colorada, pero no dijo nada, y poco a poco se separó, agachándose para acercarme el banco.

Me apoyé con una mano, y me senté sobre la toalla. Ella se enderezó y se agarró el albornoz y lo volvió a cerrar.

– No lo cierres, por favor, estabas preciosa.

– Mira que eres adulador, Javier. No digas bobadas, y deja de querer engatusarme.

– Lo digo en serio, pero haz lo que consideres. Lo decía porque me salió del alma, no para engatusarte.- Ciertamente fue así, me salió sin pensar lo que decía.

– Javier, podría ser tu madre, y no está bien que yo me muestre así ante ti. Eres el hijo de mis jefes, estoy casada, y tú deberías buscar una chica de tu edad.

– Entiendo todo lo que me dices, y te comprendo. Algún día tendré una novia de mi edad, no quiero que pienses cosas raras. Pero solo decía cosas que creo que son verdad, y me estás dando una seguridad que yo no tenía con las mujeres. Eres muy buena conmigo, Rocío. Y de verdad, que lo último que querría es hacer algo que te hiciera daño. Solo te daba cariño.

– Eres un sol, Javier. Y tú a mí sí que me estás ayudando, nunca me habían tratado tan bien cómo lo has hecho tú. Soy yo la que no quiero ser una mala influencia para ti.

– No lo eres, Rocío. Ojalá algún día encuentre una mujer tan buena y tan bonita como tú.

Rocío se puso colorada, y me sonrío.

– Está bien. Me voy a quitar el albornoz para echarte la crema, pero promete que te portarás bien.

Yo la sonreí y asentí con la cabeza, aunque mi pensamiento y calentura al ver sus curvas me hacían soñar con otras cosas.

Se quitó el albornoz, dejándolo colgado de la percha, y pude contemplar esa piel maravillosa piel blanca de su espalda, y esas caderas tapadas apenas por sus bragas mojadas, pero que dejaban ver unas curvas deliciosas que se ensanchaban por sus nalgas, grandes, pero compactas, y unas piernas gorditas, pero bien torneadas. Se giró, y pude contemplar esos grandes pechos, semiocultos por el sujetador, aunque uno de sus ellos se había mojado, y se intuía algo la zona rugosa de la areola y el pezon.

No quitaba los ojos de su cuerpo, mientras ella vino hacia mí para tomar el tarro de Nivea que había a mi lado. Al acercarse y agacharse, mi mano instintivamente acarició su espalda y costado, rozando su piel con mucha suavidad. Ella se incorporó y sonrió, pero no dijo nada quedándose de pie frente a mí. Mi otra mano se apoyó en su otro costado, y comenzó a acariciarla. Ella abrió el bote, y se untó los dedos de crema hidratante, comenzando a untarme los hombros y parte alta de la espalda, haciendo que se acercara tanto, que casi podía sentir su piel sobre mi cara. Mis manos continuaron acariciando su espalda, y mi boca comenzó a besar su escote y la parte de sus pechos que no tapaba el sujetador. Ella apoyó el bote en una estantería cercana, y apoyando sus manos en mi espalda, dejó sus pechos junto a mi cara, quedando de pie entre mis piernas.

Mis manos se dirigieron a la parte trasera de su corchete, intentando desabrochárselo, pero por más que lo intentaba, no era capaz de encontrar la manera. Rocío quitó las manos de mi espalda, y en un hábil gesto, consiguió soltar lo que yo no era capaz. Su pechos bajaron algo al perder la tensión del sujetador, pero continuaban tapados. Dulcemente seguí besando su piel, metí la cara por debajo de uno de sus pechos, y ella se quitó la prenda, cayendo su enorme teta sobre mi cara, momento que aproveché para acariciar su pezón con mi húmeda lengua. Rápidamente reaccionó, se puso durito ese maravilloso pezón rosado, y un suspiro salió de su boca.

Miré hacia arriba, y ella tenía los ojos cerrados, mientras mis manos recorrían su espalda, y mis dedos acariciaban dulcemente su piel llevándola a un estado de placer y sensaciones. Poco a poco mis manos bajaron por su cintura, y metiendo por dentro de sus bragas los dedos, fui tocando y bajando la goma de sus bragas. Cada vez bajaba más el elástico, y cuando ya tenía mis manos sobre sus nalgas, ella se sobresaltó.

– ¿Qué haces, Javier?

– No te preocupes, Rocío, solo acaricio tu piel, y te aparto la tela mojada.- Y besando el otro pezón, ella arqueó el cuello hacia atrás, y mis manos continuaron acariciando sus enormes glúteos. Mi boca besaba su piel, y lentamente conseguí bajar del todo esa prenda hasta las rodillas, y a partir de ahí fueron cayendo solas al suelo.

Estaba completamente excitado, pero solo disfrutaba el momento y dejaba que la sensibilidad de mis dedos la hicieran sentir, y mi boca pudiera besar y reconocer cada punto que tenía a mi alcance.

Ahí estaba esa maravillosa mujer, desnuda frente a mí, dejándose llevar por unas sensaciones que nunca había tenido.

– Para, Javier.- Me decía de vez en cuanto en un susurro. Pero su cuerpo me indicaba que siguiera acariciándola y besándola.

– Siéntate a mi lado, Rocío.- La dije con una suavidad que hizo que se sentara lentamente junto a mí, mientras mis manos acompañaban sus movimientos.

Una vez sentada, me eché sobre su cara, y mis labios buscaron los suyos. Automáticamente nuestras lenguas se juntaron, mientras una de mis manos sujetaba y masajeaba su nuca. Con la otra mano recorría su cuerpo; primeramente acariciando sus enormes y suaves pechos; luego su tripa, y mi mano fue bajando directamente hacia su vello púbico. Al sentir mis dedos, sus piernas primeramente se cerraron, pero poco a poco se fueron abriendo, invitando a que tocase ese lugar desconocido y tan deseado. Mis inexpertos dedos iban reconociendo el lugar, primeramente noté unos rizos sedosos; luego apareció el inicio de una rajita; pasando el dedo por ese lugar con suavidad, notaba esa linea, pero para mi sorpresa, al ir recorriéndola de arriba hacia abajo y a la contra, noté una humedad sobre mi dedo, y mi este este comenzó a entrar ligeramente dentro dentro de esa rajita, notando sus húmedos labios vaginales. Al llegar más arriba, encontré una pequeña protuberancia durita que le hizo retorcerse de placer mientras me besaba, provocando que abriera aún más las piernas, y su cuerpo me indicaba que quería más. Torpemente buscaba su vagina por el orificio de la orina, y al no encontrarlo, fui bajando más para disfrutar de toda esa zona, de repente encontré un agujero húmedo donde la punta de mi dedo entró con facilidad. Era el primer coño que tocaba, y a pesar de mi torpeza, había encontrado esa deliciosa vagina. Rocío pegó un suspiro al sentir entrar mi dedo. Estaba totalmente entregada. Mi dedo siguió inspeccionando, y se deslizó totalmente dentro de ese delicioso y empapado lugar. Tenía una zona más durita en la pared interior superior, y, al presionarla, noté que su cuerpo entero se estremecía. Todo era una novedad para mí, pero al parecer, para la señora Rocío esas sensaciones y excitación también eran nuevas.

– Para, Javier, para…- Y un suspiro acompañó a esa súplica, pero sin oponer resistencia a mis caricias internas y externas.

Mi polla estaba goteando humedad, y apuntaba a mi ombligo con firmeza. Probé a meter dos dedos, y ella suspiró aún con más fuerza. Sus pechos estaban inmensos, sus rozados pezones duros y mucho más prominentes que el día anterior. El brazo que sujetaba su nuca se me empezó a cargar y doler, ya que ella estaba totalmente apoyada sobre él, dejándose tocar y y penetrar por mis dedos, así que con suavidad la hice tumbarse sobre el banco.

– Javier, no… ¿Qué vas a hacer?- Me dijo nerviosa intentando levantarse al haberla tumbado sobre el banco del baño de improviso.

– No te preocupes, Rocío. Se me cansa el brazo y quiero seguir acariciándote.

Yo continuaba sentado de lado, y pasé su pierna izquierda junto a mi cuerpo, que dando cada una de sus piernas a cada lado del banco.

– Javier, por favor, no me penetres, por favor. No soy de esas.- Me dijo entre cara de susto y sorpresa al ver en la postura que la había dejado.

Cambié de mano, y mi mano derecha comenzó a acariciar sus pechos, que se expandían ligeramente hacia sus costados al estar panza arriba, y con la mano izquierda, comencé a acariciar su sexo. Suspiró, y de nuevo sus ojos se cerraron. Al empezar a tocar dentro, sus piernas subieron, y sus rodillas se encogieron, quedando abierta en una postura que me dejó impactado de por vida. Una rajita rosada, húmeda, rodeada en su parte superior por un bello castaño salteado por alguna cana, y unos ligeros pelos alrededor de sus labios. En esa postura podía ver sus enormes nalgas y ver ojete, libre de pelillos al ser tan blanca de piel. La escena me volvió loco, y tener esa maravillosa vista me incitó a hacer algo que había visto en una cinta de vídeo porno que alquilamos los amigos una vez para verla en mi vídeo Beta, y era una de tantas cosas que había soñado con hacer. Me agaché, y comencé a lamer esa deliciosa raja.

Primeramente me llegó un sabor ligeramente salado, pero al introducir la lengua, ya no sabía prácticamente a nada, lo cual me gustó, ya que había oído de todo sobre el sabor de un coño a los chicos del equipo. Mi lengua recorrió su raja entrando en su vagina y torpemente penetrando su sexo.

– ¡Javier, eso no, por favor, eso no, que me da vergüenza!- Me dijo entre suspiros. Pero yo hice caso omiso, y solo quería seguir disfrutando de esa maravillosa sensación de tener una deliciosa mujer como ella suspirando de placer.

Había leído que el clítoris era un punto fundamental del placer femenino, y recordé que había tocado algo como un garbancito duro en la parte superior de la rajita, así que llevé mi lengua hacia ahí. Unos suspiros más fuertes comenzaron a salir de doña Rocío, y me entregué con locura pero delicadeza a buscar esa maravillosa sensación de hacerla sentir.

– Para, Javier, para, que me estoy poniendo muy mala.- Me suplicó entre susurros, pero su cuerpo seguía entregado, así que hice caso omiso.

De pronto, noté como sus piernas apretaban mi cabeza, su cuerpo se arqueaban hacia arriba, y unos jadeos salieron de su boca, teniendo como unos espasmos por todo el cuerpo acompasados a esos jadeos. Yo continué un rato más, aguantando sus piernas cerrándose sobre mi cara.

– Para, Javier, que me duele.- Y con la mano apartó mi cara y tapó su sexo.

Su cuerpo quedó tumbado y sus piernas se giraron y encogieron, quedando en posición feto dentro del banco. Y de pronto algo me sorprendió y asustó, comenzó a llorar como una niña pequeña.

– ¿Te he hecho daño, Rocío?- Le dije muy asustado. Y de un salto a la pata coja me acerqué y senté en el borde del banco para acariciarle la cara y consolarla.

Estuvo así unos segundos que se me hicieron horas. Me agaché y la di un beso en la sien intentando consolarla.

– No te preocupes, Javier. No se explicarlo, pero estoy muy bien, nunca había sentido algo así. Solo abrázame.

Me agaché y le di un gran y largo abrazo. Se me quitó un peso de encima tremendo al ver la ternura y fuerza con la que me abrazaba, y ahí fue el momento donde me di cuenta que una de las cosas más maravillosas que podía hacer en mi vida era dar placer y sentir cada cosa que hacía.

A propos de l'auteur

HistoiresSexe

Je publie des histoires de sexe quotidiennes pour mes lecteurs.

Ajouter un commentaire

Cliquez ici pour poster un commentaire